La incodicionalidad le es insoportable

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Lo «burgués», pues, como un estado siempre latente dentro de lo humano, no es otra cosa que el ensayo de una compensación, que el afán de un término medio de avenencia entre los numerosos extremos y dilemas contrapuestos de la humana conducta. Si tomamos como ejemplo cualquiera de estos dilemas de contraposición, a saber, el de un santo y un libertino, se comprenderá al punto nuestra alegría. El hombre tiene la facultad de entregarse por entero a lo espiritual, al intento de aproximación a lo divino, al ideal de los santos. Tiene también, por el contrario, la facultad de entregarse por completo a la vida del instinto, a los apetitos sensuales y de dirigir todo su afán a la obtención de placeres del momento. Uno de los caminos acaba en el santo, en el mártir del espíritu, en la propia renunciación y sacrificio por amor a Dios. El otro camino acaba en el libertino, en el mártir de los instintos, en el propio sacrificio en aras de la descomposición y el aniquilamiento. Ahora bien, el burgués trata de vivir en un término medio confortable entre ambas sendas. Nunca habrá de sacrificarse o de entregarse ni a la embriaguez ni al ascetismo, nunca será mártir ni consentirá en su aniquilamiento. Al contrario, su ideal no es sacrificio, sino conservación del yo, su afán no se dirige ni a la santidad ni a lo contrario; la incondicionalidad le es insoportable; sí quiere servir a Dios, pero también a los placeres del mundo; sí quiere ser virtuoso, pero al mismo tiempo pasarlo en la tierra un poquito bien y con comodidad. En resumen, trata de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas, y esto lo consigue, desde luego, aun a costa de aquella intensidad de vida y de sensaciones que proporciona una existencia enfocada hacia lo incondicional y extremo. Intensivamente no se puede vivir más que a costa del yo. Pero el burgués no estima nada tanto como al yo (claro que un yo desarrollado sólo rudimentariamente). A costa de la intensidad alcanza seguridad y conservación; en vez de  posesión de Dios, no cosecha sino tranquilidad de conciencia; en lugar de placer, bienestar; en vez de libertad, comodidad; en vez de fuego abrasador, una temperatura agradable. El burgués es consiguientemente por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley, la responsabilidad por el sistema de votación.

Hermann Hesse, El lobo estepario

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