Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Allí al menos pude contemplarle a mis anchas. Era la primera vez que le veía, de eso estaba seguro. Como ya he dicho, era de una corta estatura. Me sorprendió además en él la expresión extraña de su rostro, la rara combinación de actividad muscular y aparente debilidad de constitución y, finalmente, y no en menor grado, el extraño malestar que causaba su proximidad. Provocaba algo semejante a un escalofrío incipiente al que acompañaba una notable disminución del pulso. En aquel momento lo achaqué a una repugnancia puramente natural y de idiosincrasia, y simplemente me asombré ante lo agudo de los síntomas. Pero desde entonces he hallado motivos suficientes para creer que la causa era mucho más profunda, que se enraizaba en la naturaleza misma del hombre y que respondía a algo mucho más noble que el simple principio del odio.

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, R.L. Stevenson.

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